Conocí a Johnny en mi época universitaria a principios de los 80. Vivíamos en la zona de Ciudad Satélite en el Estado de México y él era vecino de Roberto Gutiérrez y de Gustavo González (QEPD), dos de mis compañeros en la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Anáhuac. Aunque no estudiábamos juntos, Johnny siempre era parte del grupo y sobre todo de las pachangas y las salidas de fiesta.
Fue la época de las grandes discotecas tanto en la ciudad de México como el área conurbada de Naucalpan. Recuerdo en particular el Magic Circus, junto a lo que era el Toreo de Cuatro Caminos, el News, el Bandasha, el Danzoo y algunos otros a los que solíamos ir cuando la vida era más fácil y cuando podías andar en las calles de madrugada e incluso amanecerte sin temor a que alguien te hiciera daño.
No éramos unos santos, pero tampoco unas lacras. Nos divertíamos muchas veces en casa de cualquiera de nosotros y no nos metíamos con nadie, ni tampoco nos metíamos ninguna sustancia prohibida.
Éramos por decirlo así, los típicos chavos «satelucos» de clase media con sólidas raíces familiares y buenos principios. En particular vienen a mi memoria los famosos «días Anáhuac» en los que se suspendían las clases y desde muy temprano llegábamos al campus para participar en diversas competencias como fútbol-freesbee o carreras de resistencia en la pista de atletismo ¡tomando una cerveza cada 100 metros!
La fiesta se prolongaba hasta la noche cuando se presentaban artistas como Emmanuel, Mijares o Daniela Romo y todo acababa siempre en santa paz. Johnny siempre nos acompañaba en esas aventuras juveniles.
Le perdí la pista cuando salimos de la Universidad y cada quien agarró su rumbo. Yo comencé a trabajar en el Comité Organizador del Mundial de Fútbol México 86 y Johnny se vino a vivir a Cancún, donde comenzó trabajando en un hotel de la zona de playas.
Después me enteré de que formó una linda familia y que se dedicaba a cuestiones de informática. No era empresario, como se ha dicho de manera equivocada y tampoco tenía mucho dinero hasta donde me platican.
La tarde del pasado domingo cinco de marzo fue la última vez que lo vieron con vida. Iba solo a bordo de su camioneta en la calle Sergio Butrón, en la delegación Bonfil a las afueras de Cancún. Se dirigía a una comida con un amigo.
Al día siguiente su familia levantó la denuncia e inició una búsqueda frenética a través de redes sociales. A mí me llegaron peticiones de ayuda de muchas personas que lo conocían y que me hablaban maravillas de su persona.
Solo que yo no relacionaba a mi amigo Johnny con Juan Manuel Villaseñor Martínez, de 58 años, quien estaba desaparecido. Un escalofrío recorrió mi espalda la noche del miércoles 8 de marzo, cuando mi excompañero Roberto Gutiérrez se comunicó también para pedir ayuda en la difusión del caso confirmándome de quien se trataba.
El cuerpo de Johhny apareció el pasado viernes en un paraje de Bonfil. Mostraba algunas lesiones y un tiro en la cabeza. Su familia está destrozada y no tengo palabras de aliento para casos de esta naturaleza.
Me consta, porque lo conocí, que era un buen tipo, algo tímido, pero siempre alegre y respetuoso. Con esa imagen me quedo. De mis épocas de estudiante, cuando éramos jóvenes, la vida era más fácil y esta clase de tragedias no te pegaban tan cerca.