Lopburi, la otrora capital de un reino siamés y repositorio de arquitectura antigua, es una ciudad bajo acecho. Los macacos cangrejeros, una especie del Sureste Asiático con ojos penetrantes y una naturaleza curiosa, han abandonado los templos en los que antes eran venerados y han tomado el corazón de la ciudad antigua.
Su creciente población, al menos 8400 en el área donde la mayoría está concentrada en algunas cuantas cuadras de la ciudad, ha diezmado partes de la economía local. Con grupos territoriales de macacos deambulando por el barrio, docenas de negocios —incluyendo una escuela de música, una tienda de oro, una barbería, una tienda de celulares y un cine— han sido obligados a cerrar en los últimos años.

La pandemia de coronavirus se agregó al caos. Los juguetones monos atraían a grandes cantidades de turistas, así como a fieles budistas, quienes creen que alimentar a los animales es una acción digna de mérito. Sus ofrendas favoritas incluían yogur de coco, gaseosa de fresa y paquetes de aperitivos de colores brillantes. Ahora los macacos no entienden dónde ha ido la fuente de su sustento. Y están hambrientos.
A través de los años, los monos se mudaron a edificios abandonados. Rompen exhibidores y sacuden los barrotes instalados para mantenerlos fuera. A menos que los guardias de seguridad estén vigilando, los monos arrancan antenas y limpiaparabrisas de los autos estacionados.

“Nunca ha estado así de mal”, dijo Yupa, mientras un joven macaco deambulaba por su tienda e intentaba masticar los aros de la manguera de hule que colgaba del techo. “No estamos en contra de los monos, pero es difícil si las personas tienen miedo de ser mordidas cuando ingresan a nuestra tienda”.

Yupa, de 70 años, dijo que, cuando era una niña, los monos eran menos, más grandes y más saludables, su pelaje era brillante y grueso. Permanecían en los templos, así como en las ruinas de la antigua civilización jemer que alguna vez tuvo poder sobre esta parte de Tailandia central.
No obstante, con la afluencia de visitantes, algunos extranjeros, encantados con los monos, llegó una fuente fácil y a menudo poco saludable de alimento. Además de plátanos y cítricos, los macacos se dieron un festín con comida chatarra. Su pelaje se hizo más delgado. Algunos se volvieron calvos. Sin tener que preocuparse por su siguiente comida, los monos, que pueden dar a luz dos veces al año, tuvieron más tiempo para otras actividades. Hubo una explosión demográfica.

Funcionarios locales de la vida silvestre han comenzado a esterilizar en masa a los monos para controlar su número. Más de trescientos animales fueron sometidos a intervenciones quirúrgicas el mes pasado y doscientos más serán esterilizados en agosto.

“No podemos dejarlos morir de hambre”, dijo Itiphat Tansitikulphati, propietario del hotel Muang Thong.
Cada día, una mona de avanzada edad llega a su hotel y espera educadamente a que le sirvan su comida. Pastel de plátano es su platillo favorito, pero también le gusta la fruta sola.

Fuente: https://www.infobae.com