1. En la tormenta
El evangelio de hoy nos dice que podemos encontrar a Dios en medio de la más terrible y borrascosa tormenta. El evangelio de hoy nos habla no solo de una tormenta en el lago, sino de las tormentas de nuestra vida. Tal vez nunca nos toque caer atrapados en una tormenta de altamar, pero todos estamos expuestos a sufrir las tormentas de la vida: tormentas en el matrimonio, tormentas con los hijos, tormentas en el trabajo, tormentas de la enfermedad, tormentas emocionales, tormentas económicas…. Cuando arrecian estas tormentas, nuestro instinto nos lleva a pensar que Dios nos ha abandonado. Pero el evangelio de hoy nos enseña que el Señor está más cerca que nunca en medio de nuestras tormentas. A través de los sacramentos, de su palabra, de la Iglesia, y de la oración el Señor nos dice: “Cálmate, no tengas miedo, Soy Yo”. Pero desgraciadamente en la tormenta muchos se confunden, se cierran, se endurecen en su corazón, se alejan y se aíslan y no quieren orar, no quieren acudir a Dios, ni a sus hermanos. Los tiempos de tormenta son los tiempos para acercarnos más al Señor, para estar más unidos como hermanos para ser más asiduos en la oración. Nos fijamos en el tamaño de las olas y en la furia del viento contrario y no nos fijamos en la presencia de Jesús que está ahí con nosotros. Nos vemos a nosotros mismos más que al Señor y por eso nos hundimos. Cristo está ahí en la vida de su Iglesia junto a nosotros, agarrándonos de la mano, protegiéndonos y salvándonos de la tormenta.
2. En la Barca
La Iglesia, la barca fue construida no sólo para los días de bonanza sino para los días de tormenta. Fue construida no solo como lugar de remanso para rezar nuestras devociones, sino como tabla de salvación para rescatarnos en nuestros apuros. La Iglesia es una barca segura que ha salvado a lo largo de la historia a millones de almas que atravesaron por terribles tormentas. Así como en la tormenta nos aferramos firmemente a la madera de la barca, así debemos asirnos firmemente a la Iglesia cuando llegan las tormentas. Agarrarnos a Dios firmemente y no soltarnos de su mano.
3. En la Fe
Pedro, lleno de fe saltó de la barca y caminó sobre el agua. Así le pasó en la última cena cuando le dijo a Jesús: “Si es necesario daré mi vida por ti” . Pero luego le dominó la cobardía y Jesús tuvo que rescatarlo. Así pasa con nosotros, comenzamos con fe y entusiasmo, pero cuando llegan las dificultades, nos asaltan las dudas y flaqueamos. Pero es en los momentos de debilidad y tribulación cuando más debemos volvernos a Dios y pedirle su ayuda. Sólo Dios nos da la fuerza y la luz para superar cualquier dificultad y tribulación. El que tiene fe nunca pierde la esperanza. El que no tiene fe, no sabe a dónde agarrarse en el momento de la tribulación y de la tormenta. Se queda solo sin la fortaleza y la luz de Dios. Cuando el viento es contrario y las olas encrespadas, tengamos más fe, agarrémonos de la mano de Dios firmemente, dejemos que Él nos agarre y nos salve y reconozcamos que Jesús no es un fantasma, sino que es, verdaderamente el hijo de Dios. Así sea.