La catástrofe de la guerra en Gaza, tras los condenables ataques de Hamás hacia Israel y población israelí (la mayor amenaza hacia Israel y la comunidad judía desde mitad del siglo XX) ha cambiado el panorama en su totalidad del 2023, dejando millones de desplazados, y una cifra de miles de civiles asesinados (que aumenta mientras se lee este texto) en la Franja de Gaza, un territorio que forma parte de Palestina al sur de Israel.
Y la humanidad, con todas nuestras herramientas, información e inmediatez ha fallado. Las redes sociales, que en algún momento fueron hechas para conectarnos e informarnos, se han vuelto otro campo de guerra entorno a la violencia, desinformación y la percepción. La guerra en el siglo XXI se vive a través de las imágenes que están al alcance de un clic, y con esa facilidad, perdemos toda sensibilidad ante el sufrimiento ajeno.
La deshumanización de la tragedia también consiste en el consumo repetido de imágenes violentas y propagar este sentimiento de “obligación” hacia las personas de tomar “lados”, sin contexto e información, en situaciones terribles que son mucho más grandes que cualquiera de nosotros.
Sería imposible resumir en este texto los factores históricos, políticos, geopolíticos, militares, ideológicos, sociales, o étnicos de la escalada de violencia que se ha suscitado entre Israel y Hamás en la Franja de Gaza. Por lo tanto, les invito a buscar voces que mantengan la objetividad y cordura en un momento tan delicado para tantas millones de personas en el mundo.
Lo que sí es posible es asumir el papel que tenemos como personas para crear ambientes de paz, y esto incluye las ideas o juicios de valor que lanzamos al espacio virtual, donde esas palabras e ideas tienen eco en acciones reales y comportamientos afectando a quiénes sí viven de manera directa una guerra.
La paz se construye diario, no solo en discursos políticos, ni reuniones internacionales, sino con nuestra acciones personales y colectivas, con las ideas que consumimos y compartimos.
Por un día donde la crueldad no nos consuma por la sensación de popularidad virtual.